Al
final, todo queda en familia. También en la historia. A medida que vamos
conociendo más, vemos como todo se va enlazando aquí y allá. Ya van a ver… La
primera mención histórica de Bayreuth la hizo un Príncipe-Obispo de
Bamberg, en 1194. Pero recién en 1231 se menciona a Bayreuth como
“ciudad”.
Hasta
1248 perteneció a un condado, luego a otro... hasta que llego a manos de los
Hohenzollern de Nürnberg. Los Hohenzollern son los mismos que luego luego
fueron reyes de Prusia y káiseres del Imperio Alemán. De mano
en mano, pero quedando siempre en familia. Una y otra vez
encontramos a las mismas familias repartiéndose la torta y
pululando de un lugar a otro… los Habsburgo, los Luxemburgo, los Hohenzollern,
los Wettin, los Wiettelsbach… haciéndose la guerra, casándose y heredándose los
unos a los otros.
Afortunadamente
después de 1648 la suerte de Bayreuth cambió… ¡para mejor! El margrave (se
supone que es más que un conde y menos que un duque) de Ansbach y Bayreuth
decidió instalarse en la ciudad y comenzó obras de modernización y saneamiento.
Como en estos casos, empezó por donde empiezan los gobernantes, es decir, su
palacio.
La ciudad se sacudió el polvo
(y el hollín) acumulados por siglos de desgracias y comenzó a crecer. Un
palacio, una nueva catedral, la municipalidad, obras de secado de pantanos, una
cerámica...
Cuando un
nuevo margrave se casó con la hermana de Federico el Grande (para más detalle
ver San Souci, o
el relax de un gran pequeño) la ciudad entró de lleno en su edad
dorada. O al menos sus ricos. De esta época son edificios como el Ermitage, la
Ópera del Margrave y el Palacio Nuevo.
Tal parece
que para los estándares de la época el Palacio viejo había
quedado un tanto demodé. Y lo nobles, ante todo, se deben a las
convenciones sociales. Como en esa época la moda dictaba que el modelo a imitar
era Versailles. Bueno, pues hubo que construir una nueva residencia.
Sin embargo,
como bien dice la letra de la canción, todo tiene un final, todo
termina. A principios del siglo XIX el margraviato estaba en bancarrota.
Amablemente el reino de Prusia se hizo cargo de sus deudas (y gobierno) al
módico precio de anexarse sus territorios. En principio no era algo tan loco ya
que pertenecían a la misma familia y los Hohenzollern de más allá eran
herederos de los de más acá.
Como en tantísimas otras cosas esto duró hasta que apareció
otro viejo conocido, Napoleón. Habiendo vencido a Prusia, estableció un
gobierno francés de ocupación y luego le entregó las tierras a su aliado más
cercano, el ex duque/elector –y ahora rey- de … ¡sorpresa! … Baviera. De un
modo u otro, luego de la caída de Napoléon (que se dio un pequeño porrazo),
Baviera logró mantener bajo sus dominios a Bayreuth, al igual que a Bamberg y a
Nürnberg… Lo que no lograron es que los habitantes de Franconia se sintieran
auténticamente bávaros. Escuchando a los guías de los museos uno se da cuenta
de cierta clara animadversión falta de amor que existe entre
la región y el resto de Baviera.
A finales del siglo XIX llegó
de visita el que se convertiría en uno de sus más famosos pobladores: Richard
Wagner. Llegó a Bayreuth pensando que la Ópera local podría ser un escenario
perfecto para la presentación de sus obras. Sin embargo las orquestas que
requerían las operas de Wagner tenían tantos instrumentos que no había modo de
que entraran en la fosa destinada a los músicos. Lejos de desesperarse Wagner
deslizó medio en chiste, medio en serio que quizás podría
establecer su propia sala de festivales para estrenar sus operas. El gobierno
de la ciudad debe de haber vislumbrado el negocio y al tiro nomás le
otorgó tierras y facilidades para la construcción de tal sala. Hasta el rey de
Baviera (Ludwig II, también conocido como el rey loco de los castillos y el
primo amante de Sissi) apostó algunas fichas en el asunto. Así nació la
Festspiele Haus (la casa del festival) que, para variar, estaba bajo andamios
siendo remozada.
Aprovechando tanta
buena onda Wagner decidió comprarse él también un terrenito. Allí
habría de construir Wahnfried, su propia casa, cuyo jardín da, casualmente, al
parque del palacio.
En
1876 la Festspiele Haus fue inaugurada, dando comienzo a uno de los negocios
más redondos en la historia de la cultura germana: el festival de Ópera de
Bayreuth. Como dato anecdótico, el festival tiene tiempos tan delirantes que
incluso para los alemanes es complicado. Las entradas se venden con años de
anticipación. Muchos. De hecho algunas listas de espera para comprar entradas
llegan a los casi 10 años (¡10 años de anticipación y yo no sé qué vamos a
hacer en dos semanas!)
Luego
de la muerte de Richard, su viuda siguió con la quintita del
festival. Sin embargo le dio una vuelta de tuerca. Y no para mejor.
Cosima era bastante antisemita y se encargaba de vetar la participación de
tenores y sopranos de origen judío. Luego también de otros músicos en general.
Y estamos hablando de antes de la primera guerra mundial. Hoy, junto a la
Festsipiele Haus hay una serie de memoriales que recuerda esta y otras
cuestiones.
Con
semejante tradición, no sorprende que en 1923 el Partido Nazi haya organizado
un evento en la ciudad. Al mismo asistieron más de cinco mil personas. Además
de Adolf Hilter –que era uno de los principales oradores- estuvieron el alcalde
de Bayreuth y buena parte de los descendientes de Wagner, de quien Hitler se
decía admirador.
Pronto Bayreuth se volvió un hervidero de Nazis, asistiendo Hitler a los
festivales de opera en más de una ocasión. Sobra decir que la sinagoga de
Bayreuth fue apropiada por el gobierno, los ciudadanos judíos deportados a
campos de concentración y sus propiedades confiscadas, apropiadas y saqueadas
(no siempre en ese orden). Finalmente, a principios de la década de los 40 se
estableció un subcampo de concentración dedicado a la experimentación
científica en humanos. Todo eso bajo la mirada directora del nieto de Wagner.
1 comentario:
Fotos maravillosas de lugares que no pueden contener más historia. Terribles historias algunas. Amena la lectura. Felicitaciones.
Y saludos.
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