Pero claro, llego a Montreaux y luego de andar algunos
metros por la costanera no quedan dudas. Esto es, efectivamente, la riviera.
Voy a la oficina de turismo y averiguo a qué hora sale
el próximo barco a Vevey. Claro que mi francés está un poco oxidado y en lugar
de pedir un mapa de la ciudad y preguntar a qué hora sale el próximo barco a
Vevey pido un plano y pregunto qué hora
sale la próxima bebida a Vevey. La señora me mira un instante y me doy cuenta
de que o realmente soy un desastre o alguna usé alguna palabra mal. Ups, no pregunté a qué hora sale el próximo barco sino la próxima bebida. Pensá,
pensá. BATEAU… a qué hora sale el próximo barco… ¡Ahora sí! Con la información
necesaria salgo y me dispongo a recorrer un poco de Montreaux.
Busco la ciudad vieja, que está en lo alto de una
colina. Tratando de llegar me pierdo y tengo que acortar un poco mi itinerario.
Pero no me doy por vencido y eventualmente logró legar a destino.
Finalmente regreso al muelle. Pregunto si mi pase me
permite abordar el barco en cuestión. Me responden que sí, así que espero un
poco, tomo el barco y en diez minutos estamos navegando con rumbo a Vevey.
El viaje pasa tan rápido que cuando llegamos a
destinos me pregunto “¿cómo? ¿ya se
terminó?”. O sigo derecho hasta Lausanne una hora más o me bajo. Tic, tac,
tic, tac…
Dejo atrás el barco y me lanzo a recorrer Vevey. Nueva
oficina de turismo. Pido el consabido mapa del pueblo y me comienzo a andas las
calles de esta ciudad a orillas del lago Leman.
Visita obligada es el Museo de la alimentación. No
porque el tópico sea especialmente fascinante sino por la postal del tenerdor.
¿El qué? El tenedor clavado en el lago,
una foto clásica (y por demás dadá) del lugar.
Dejo el tenedor atrás y me dirijo hacia la estación de
trenes. Tomo el tren de Vevey a Lausanne, la ciudad donde se encuentra el
comité olímpico internacional. Ya son como las siete de la tarde, aún me espera
un largo regreso, por lo que busco en la aplicación mágica de Lara cuándo tengo
posibles horarios de regreso. Tengo media hora antes de que salga mi tren para
recorrer la ciudad así que no logro ver tantísimo. C’est la vie. Todo no se puede. Hasta Phileas Fogg debe haber
tenido que resignar cosas.
De Lausanne a Berna.
Vuelvo a la estación y lucho cuerpo a cuerpo para
subirme al tren que va lleno (Por primera vez veo a los suizos viajando como
ganado. Eso sí, ganado premium). En el vagón se escuchan conversaciones
principalmente en francés pero también en inglés, en italiano y en alemán.
Claro que, poco a poco esto empieza a cambiar y para cuando llegamos a Berna, el
suizo-alemán se ha convertido en la lengua casi predominante de charlas y
retos.
En Berna bajo del tren y busco el andén desde el que
sale mi combinación a Zürich. De allí, de algún modo, logro completar la vuelta
a Othmarsingen. Son más de las diez de la noche… Doy por superado mi primer día
de vuelta a Suiza. Ahora son, dos días
sólo son… dos días nada más... en barco, en colectivo en tren…
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