No tengo el presupuesto de Phileas Fogg así que no me
puedo darme el lujo de darle la vuelta al mundo en ochenta días. Tampoco tengo
la cabeza de Cortázar, así que no puedo darle la vuelta al día en ochenta
mundos.
Con todo, sí puedo darle la vuelta a Suiza en tres
días… ¿Pero por qué en tres días? Digamos que la cantidad de días me es ajena totalmente.
¿Por qué?
Porque Suiza es un país caro. Caro con ganas. Caro de
verdad. Es cierto que nosotros vivimos en Alemania oriental y eso es de lo más
baratito que hay en el mundo germano. Y no menos cierto es que yo soy un ratón
importante espíritu frugal y ahorrativo.
Así las cosas, si quiero aprovechar mi estadía
veraniega en lo de los Kellenberger Saubidet para conocer algo más de Suiza voy
a tener que inventarme algo. O no. Quizás alguien ya inventó algo para estos
casos…
Los dueños de casa tienen la posta. El Swiss pass. O sea, un pase que te
permite en formatos de uno, dos o tres días, tomarte todos los medios de
transporte que quieras. Tren, barco, colectivo, funicular. Todo. Todo por el
mismo precio.
De repente me invade una melodía que sobrevivió
milenios guardada en mi cerebro. Son,
ochenta días son… ochenta nada más... en barco, en elefante, en tren… No sé por qué aún la
recuerdo pero lo hago. Es la banda de sonido de una versión de dibujitos
animados de la vuelta al mundo en ochenta
días en la que los protagonistas son una suerte de animales
antropomorfizados. Phileas Willy (licencia de autor, supongo) Fogg, un lord
inglés pero con melena de león, se mueve en un mundo de seres animalescos donde
hay de todo un poco pero dónde claramente abundan los felinos.
Ahora que miro la apertura, me doy cuenta de que lo que recuerdo es tan sólo una pequeñísima parte de una canción más bien olvidable y repleta de clichés.
Dejando a los dibujitos de los ochenta de lado y volviendo a Suiza, con
Larita y André armamos mi itinerario de tres días. Volver cada noche a
Othmarsingen me sale nada, porque está incluido en el pase. Como diría un
sabio, volver gratis mata pasar la noche
en un hostel, así que ya está decidido que habré de volver cada noche. Con
sugerencias, mapa y Google, mis próximos tres días me llevarán a la riviera suiza francesa, al Matterhorn
–también conocida como la montaña del
logo de Toblerone- y a Sankt Moritz, en el rincón más romanche de
Graubunden, casi en la frontera con Austria e Italia.
Dos días más tarde, armado con una lista de horarios,
mi Swiss Pass, mi mapa de Suiza y la aplicación mágica para combinar trenes que
Larita me bajó me dispongo a arrancar mi vuelta.
Son,
tres días sólo son… tres días nada más... en barco, en colectivo, en tren…
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