Mademoiselle Ivonne era una pebeta,
en
el barrio posta del viejo Montmartre.
Con su pinta brava de alegre griseta,
alegró las fiestas de aquel boulevard.
Con su pinta brava de alegre griseta,
alegró las fiestas de aquel boulevard.
Mucho antes de que la Mademoiselle Ivonne del tango alegrara las
fiestas de aquel boulevard, Montmartre era Mons Martyrum, el monte del martirio, origen de su actual
nombre. El mártir en cuestión es Saint Denis, evangelizador cristiano que llegó
a la Lutetia Parisii para evangelizar a los locales.
Por desgracia para Denis, por aquella época el catolicismo no gozaba aún del favor imperial y fue decapitado luego de un largo martirio.
Desde entonces, la colina de Montmartre
tuvo una doble función de refugio físico (es la colina más alta de la zona) y
religioso (desde la edad media hubo una serie de iglesias y conventos).
Claro que el barrio posta del viejo
Montmartre que conocemos es el del siglo XIX, el barrio de los pintores, lo bohemia, el impresionismo y la tuberculosis. Pisarro, Renoir, Degas, Matisse, Van Gogh, Toulousse Lautrec, entre
otros, vivieron y/o pintaron en Montmartre.
Claro que el barrio no era la meca
del turismo que es hoy. En absoluto. Más bien era un barrio un tanto olvidado
donde convivían los últimos viñedos con los prostíbulos, los cabarets con
atelieres, los hoteles húmedos con las barricadas de los obreros, los primeros
bistrós con las asociaciones sindicalistas, los cafés bohemios con las calles
que acogieron a Edith Piaf. Y Mademoiselle Ivonne, obviamente.
Por supuesto que poco y nada de eso
queda ya. El Montmartre de hoy parece más bien una seguidilla de negocios de
souvenires dominado por la cúpula inmensa de la iglesia de Sacre Coeur. Casi como si fuera una puesta en
escena. Eso sí -hay que reconocerlo- una puesta escena realmente pintoresca.
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