sábado, 21 de enero de 2017

Ni el tiro del final

Última clase de mi curso de alemán. Hacía una semana que veníamos hablando acerca de qué íbamos a hacer. Finalmente optamos por no innovar y repetir el esquema típico para estas situaciones. Cada quien iba a llevar algo para comer y/o beber. En lo posible, algo típico de su país. Y si no, bueno, algo para comer y ya.

Obviamente terminó pasando lo que ocurre en este tipo de situaciones. Todos llevamos una cantidad delirante de comida como para que todos/as y cada uno/a pudiera almorzar quince veces.

Y para que nadie se sintiera discriminado/a hubo que hacer un esfuerzo para probar de todo: humus y baba ganoush que llevó uno de los chicos de Siria, arroz-con-lentejas-fideos-y-humus-todo-junto que llevó el egipcio, papas con huevos y una salsa picantona que llevó nuestra compañera de Perú, garrapiñadas de maní, almendra y semillas de girasol, sushi, frutas, quesos y hasta un mondongo al estilo chino. Claro que cuando le preguntaron a la cocinar qué era eso, lo único que atinó a decir fue “Rinderbauch” (estómago de vaca). ¿Kinderbauch? (estómago de niño) le preguntó su interlocutor con una cara de ligera sorpresa.  Rinderbauch, repitió, tratando de reforzar la R inicial. Creo que debe ser lo más picante que he comido acá en Alemania, al punto de haber tenido que dejar mi plato a un costado e ido a buscar urgentemente agua. Seguramente alguno/a se sentirá feliz de que finalmente me hayan dado de mi propia medicina. Puedo asegurar que jamás en la vida cociné algo tan picante como eso. Ni por asomo.

Siguiendo nuestra jornada aproveché que había llevado la compu para poner algo de música de Argentina y Latinoamérica y mostrar algunas fotos de Argentina mientras explicaba cómo funciona el misterioso mundo del mate.

En eso llega Ella. No, no Ella Fitzgerald. Ella, la portuguesa. La ex señora de la cartera fucsia. Como siempre, entró sin saludar, fue al lugar dónde habitualmente se sienta, abrió su cuaderno e hizo lo que haría un día normal. Miró al pizarrón, frunció el ceño, copió y buscó palabras en el diccionario. Claro que el vocabulario que había en la pizarra eran las palabras referidas al mate que yo había utilizado.

Cuando terminé se hizo un silencio. La portuguesa miró en todas direcciones esperando que algo o alguien explicara qué estaba pasando. ¿No clase hoy? Le preguntó finalmente a nuestra profesora. (Suspiros y sonrisas). Como hoy era nuestro último día de clases DECIDIMOS hacer algo diferente, con cosas típicas de cada país. Hace diez días que venimos hablando de estoAh, no clases entonces. (Suspiro, nuestra profesora pone cara de hacer yoga y luego sonríe) No, supongo que no de la forma tradicional. La portuguesa se tomó cinco segundos para procesar la información y mirar a su alrededor. Luego agregó: ah, ok. Bueno, entonces me voy. Trabajo. Estudiar...

Y así salió la portuguesa, entre las mismas miradas atónitas que la recibieron cuando entró sin saludar ni decir nada al principio del curso. Para no ser menos, claro está, también se fue sin despedirse.  

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial. sin palabras, excelente. En este blog, parece que va a faltar esa señora...
Saludos

Anónimo dijo...

Mi muy estimado Nicolás, no me quedó muy claro cuál fue la comida que llevó para convidar a sus compañeros.
¡Saludos!

Nicolás dijo...

Llevé mate para tomar. Y para comer me había tocado llevar algo dulce. Pensé en hacer alfajorcitos de maicena (que alguna alguna vez hice para una clase de español) pero como no pude conseguir el dulce de leche "alternativo", finalmente terminé haciendo un budín de banana. No muy argentino que digamos pero supongo que sí pasa por latinoamericano. Siguiendo la misma consigna latinoamericanista hice guacamole y compré unos nachos.