Última clase de mi curso de alemán. Hacía una semana que veníamos
hablando acerca de qué íbamos a hacer. Finalmente optamos por no innovar y
repetir el esquema típico para estas situaciones. Cada quien iba a llevar algo
para comer y/o beber. En lo posible, algo típico de su país. Y si no, bueno,
algo para comer y ya.
Obviamente terminó pasando lo que ocurre en este tipo de
situaciones. Todos llevamos una cantidad delirante de comida como para
que todos/as y cada uno/a pudiera almorzar quince veces.
Y para que nadie se sintiera discriminado/a hubo que hacer
un esfuerzo para probar de todo: humus y baba ganoush que llevó uno de los
chicos de Siria, arroz-con-lentejas-fideos-y-humus-todo-junto que llevó el
egipcio, papas con huevos y una salsa picantona que llevó nuestra compañera de
Perú, garrapiñadas de maní, almendra y semillas de girasol, sushi, frutas,
quesos y hasta un mondongo al estilo chino. Claro que cuando le preguntaron a
la cocinar qué era eso, lo único que atinó a decir fue “Rinderbauch”
(estómago de vaca). ¿Kinderbauch? (estómago de niño) le preguntó su
interlocutor con una cara de ligera sorpresa.
Rinderbauch, repitió, tratando de reforzar la R inicial. Creo que debe
ser lo más picante que he comido acá en Alemania, al punto de haber tenido que
dejar mi plato a un costado e ido a buscar urgentemente agua. Seguramente
alguno/a se sentirá feliz de que finalmente me hayan dado de mi propia medicina.
Puedo asegurar que jamás en la vida cociné algo tan picante como eso. Ni por
asomo.
Siguiendo nuestra jornada aproveché que había llevado la
compu para poner algo de música de Argentina y Latinoamérica y mostrar algunas
fotos de Argentina mientras explicaba cómo funciona el misterioso mundo del
mate.
En eso llega Ella. No, no Ella Fitzgerald. Ella, la
portuguesa. La ex señora de la cartera fucsia. Como siempre, entró sin saludar,
fue al lugar dónde habitualmente se sienta, abrió su cuaderno e hizo lo que
haría un día normal. Miró al pizarrón, frunció el ceño, copió y buscó palabras
en el diccionario. Claro que el vocabulario que había en la pizarra eran las
palabras referidas al mate que yo había utilizado.
Cuando terminé se hizo un silencio. La portuguesa miró en
todas direcciones esperando que algo o alguien explicara qué estaba pasando.
¿No clase hoy? Le preguntó finalmente a nuestra profesora. (Suspiros y
sonrisas). Como hoy era nuestro último día de clases DECIDIMOS hacer algo
diferente, con cosas típicas de cada país. Hace diez días que venimos hablando
de esto… Ah, no clases entonces. (Suspiro, nuestra profesora pone cara de hacer yoga y luego sonríe) No, supongo que no de la forma tradicional. La portuguesa se tomó cinco segundos para procesar la información y mirar a su alrededor. Luego agregó: ah, ok. Bueno, entonces me voy.
Trabajo. Estudiar...
Y así salió la portuguesa, entre las mismas miradas
atónitas que la recibieron cuando entró sin saludar ni decir nada al principio
del curso. Para no ser menos, claro está, también se fue sin despedirse.
3 comentarios:
Genial. sin palabras, excelente. En este blog, parece que va a faltar esa señora...
Saludos
Mi muy estimado Nicolás, no me quedó muy claro cuál fue la comida que llevó para convidar a sus compañeros.
¡Saludos!
Llevé mate para tomar. Y para comer me había tocado llevar algo dulce. Pensé en hacer alfajorcitos de maicena (que alguna alguna vez hice para una clase de español) pero como no pude conseguir el dulce de leche "alternativo", finalmente terminé haciendo un budín de banana. No muy argentino que digamos pero supongo que sí pasa por latinoamericano. Siguiendo la misma consigna latinoamericanista hice guacamole y compré unos nachos.
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