Granada. Febrero de 2017. Desde las once llevamos
esperando en esta estación de micros que, como buena parte de las
construcciones de Andalucía, está terriblemente escasamente preparada
para los pocos días de frío que hay al año. Naturalmente, esta noche ES uno de
esos momentos. Estamos esperando el micro que nos llevará a Madrid y nos
depositará en la terminal de la capital española a las seis de la mañana.
Claro que dormir en el micro que nos lleva de Granada
a Madrid no es como dormir en un coche cama. El servicio no es, por decirlo de
algún modo, premium. Es algo similar a un semi cama normalito y para cuando llegamos
a Madrid, a duras penas entiendo dónde estoy.
Bajamos y frente a la fresca de la madrugada madrileña
y la oscuridad que todo lo invade decidimos refugiarnos en la terminal para
desayunar algo y tratar de recomponernos. El único café abierto está en una
especie de gran patio de comidas y consiste en una serie de mostradores dónde
los/as empleados del lugar atienden los pedidos a una velocidad que en mi
aturdimiento me parece asombrosa.
Mientras esperamos en un mostrador a que nos atiendan escucho que la chica del mostrador de al lado le pregunta a su cliente si en su desayuno prefiere churros o porras. Presto atención porque se trata del mismo menú que pedí yo. No sé que es exactamente una porra, pero parece una suerte de churro grande. Me quedo pensando un segundo (o quizás fue un rato más largo) y oigo que alguien (me) grita ¿churros o porras? Diego me mira con cara de te están hablando a vos. Tengo que responder. Por un instante me pregunto de dónde vino la pregunta. Giré mi cara hacia la chica del mostrador de al lado (ya que de ahí me parece que había venido la pregunta) y grito ¡churros! por toda respuesta.
No me pregunten por qué la chica del mostrador de al
lado me preguntaría qué quiero con mi desayuno y no la que nos estaba
atendiendo a nosotros. Fue cosa de un segundo. O bueno, de nuevo, quizás mi
ensoñación estuviera alterando mi percepción del tiempo. Para cuando me doy
cuenta de la ridiculez de lo que acabo de hacer, lo miro a Diego y a la mujer
que nos atiende. Diego me sonríe y veo que está claramente tentado. La señora
me mira con cara de este tipo debe estar
drogado. Diego la mira y le dice, perdón,
es que no durmió bien. La señora se ríe. Sólo atina a decir; despistaico el muchacho a modo de
respuesta. Entonces caigo en la cuenta. La que me preguntó si quería churros o
porras no es la chica del mostrador de al lado sino, efectiva(¡y lógicamente!),
la persona que nos atiende. Pienso en la situación y me imagino a la señora
preguntándome qué quiero y me veo girando la cabeza en la dirección opuesta y
gritando ¡churros! No puedo evitar
reírme. Seguramente reírme me ayude a despabilarme un poco.
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