En 1499 la corte del reino de España se instaló unos días
en Granada. Entonces descubrieron que, ¡horror! la población local no se había
convertido masivamente al cristianismo sino que seguía profesando el Islam. Así
las cosas fray Francisco Jiménez de Cisneros, confesor de la reina y arzobispo
de Toledo decidió meter su cuchara en la ciudad. Se confiscaron los bienes de
los musulmanes, se realizaron conversiones forzosas, se invitó a la inquisición
a instalarse en la ciudad y hacer de las suyas. Finalmente se comenzó a
destruir algunas de las mezquitas y a transformar otras en iglesias católicas.
Como
era de esperarse, la población se rebeló. Y como se imaginarán, la rebelión dio
pie a que los Reyes católicos declararan nulos los términos de la rendición de
Granada. Se acabó lo que se daba. Expulsaron a los musulmanes y a los judíos,
se creó un guetto para los que no podían ser expulsados y el resto, a
convertirse al cristianismo y a fumarse a la inquisición.
Con
todo, una parte de la ciudad conservó su herencia árabe y morisca. Sino ya en
la religión, al menos en la arquitectura. No sólo en la Alhambra, que es como
conocemos en la actualidad el complejo fortificado de los palacios de la
dinastía nazarí. También se evidencia en el Albaicín, el antiguo barrio
musulmán situado a sus pies.
Por
suerte para nosotros, en el fondo los cristianos tuvieron que aceptar que se
trataba de un patrimonio que debía ser conservado. Tanto Juana de Castilla
(conocida como Juana la Loca, hija de los reyes católicos) como su hijo, el
futuro emperador Carlos V, no dejaron de admirar el lujoso complejo y se
comprometieron en su mantenimiento.
Claro
que con una mano conservo y con la otra hago lo que quiero. Y el urbanismo, es
como tantos otros campos, un espacio donde el nuevo poder buscó que le quedara
clarito a la población quién dirige la batuta.
Así
por ejemplo se levantó la Capilla Real, donde están los cuerpos de los reyes
católicos (¡si, en medio de la que era una ciudad musulmana!) y se construyó la
catedral.
Hoy la catedral aparece un poco encajonada entre los edificios que la rodea. Y, vista de frente, no parece de los edificios más interesantes de la ciudad. Por suerte los costados muestran un perfil más interesante, al igual que el interior, que cuenta con una de las primeras bóvedas renacentistas de España.
La catedral, hoy un poco escondida. Al lado está la capilla funeraria de los reyes católicos.
Tampoco
la Alhambra se salvó del todo. Carlos V se construyó un palacio que digamos
desentona un poco con el estilo del resto de la zona. Pasa que cuando Carlitos
se casó, fue de luna de miel a Andalucía y entre tantos lugares que visitó, se
instaló en la Alhambra con su esposa. Pero, ¡horror! ¿cómo iba una católica a
vivir entre tanta arquitectura árabe? Luego de un mes, ella se fue y se quedó
su flamante marido solito en el palacio. Se ve que mucho apuro por volver junto
a su esposa no tendría, porque él aprovechó y se quedó cinco meses más. Y por
las dudas que algún día quisiera volver, pensó que lo mejor sería tener un
palacio de estilo occidental para que no su esposa no volviera a horrorizarse.
Hoy
se lo conoce como el palacio de Carlos V aunque él no tuvo oportunidad de verlo
ya que nunca más volvió a poner un pie en Granada.
Lo
que vemos hoy del centro de Granada es lo que quedó de las reformas que los
reyes de España impulsaron en la ciudad sumado al patrimonio que se decidió
conservar. Una extraña coexistencia del pasado musulmán y la (re)conquista
católica consolidada por cerca de quinientos años de presencia española.
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