sábado, 23 de julio de 2016

Dadadadada

Este es el Cabaret Voltaire, dijo Lara. Se ve que adivinó en nuestra falta de reacción que ignorábamos qué significaría tal cosa. Para nuestro alivio inmediatamente explicó: el lugar en el que nació el movimiento dadaísta. Dicho sea de paso, el dadaísmo es de los pocos movimientos culturales y artísticos que tiene fecha y lugar de nacimiento: el Cabaret Voltaire de Zürich. El año, 1916.
No sólo tiene lugar y fecha de nacimiento sino una paternidad oficial, ya que cuenta con fundador reconocido: Hugo Ball. Al parecer, el señor Ball solía reunirse aquí con una serie de artistas que se encontraban en calidad de -más o menos- refugiados, escapados, exiliados en Zürich mientras fuera de las fronteras suizas tenía lugar la primera guerra mundial. Así que poco a poco a las tertulias se fueron sumando franceses, rumanos, españoles, alemanes, rusos, italianos y vaya a saber uno qué más.
Si hay algo que caracteriza al dadaísmo -además de la repetición de la sílaba da- es su antipositivismo, es decir –grosso modo- su reacción frente a la idea del progreso infinito a partir de la observación del método científico aplicado a todas las áreas de la vida. Ciertamente que las naciones más científicamente avanzadas de la época estuvieran ahí afuera, cavando trincheras y matándose entre ellas, no los hacía parecer del todo equivocados.

En su rebelión contra la fe ciega en el “avance” de la humanidad a parir del progreso científico, el dadaísmo rechazó las convenciones literarias y especialmente las artísticas. Los cultores del movimiento aprovecharon para ignorar rotundamente los cánones establecidos y burlarse del arte burgués (y sus defensores). O sea, podría decirse que fueron una suerte de provocadores modelo de entreguerras.
Hoy funciona como café, pseudo minimuseo y, naturalmente, lugar de venta de souvenirs kitsch. Seguramente eso no era lo que tenían en mente sus fundadores, pero hay que reconocer que buena parte de los souvenires son bastante dadá. Quisimos imaginar que buena parte de los afiches y cuadros que cubren las paredes son tesoros de los primeros años del dadaísmo aunque suponemos que los rastis (también conocidos como “mis ladrillos”) con los que han reparado las grietas de las paredes son bastante más contemporáneos.

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