Suena
el timbre. No espero a nadie. El timbrazo me llama un poco la atención pero
levanto un poco sorprendido el auricular del portero elécrtico. ¿Hola? Correo, bla bla bla, vecino,
bla bla bla, suben-estrujen-y-bajen. Lo único que logro sacar en claro es
correo. El resto es una gárgara cuyo significado no logro descifrar así que
comienzo a bajar las escaleras, pero el señor del correo ya está adentro del
edificio. Allí me repite la jeringonza anterior y, por suerte, logro comprender
algo más. Trae un paquete. Un paquete para uno de mis vecinos. Un vecino que
ahora no está. Ya me siento realizado. Pero mientras me alegro de haber
entendido todo esto me pregunto... ¿y yo? ¿qué tengo que hacer a todo esto?
La
actitud del cartero no deja dudas. Yo tengo que recibir el paquete. ¿Por qué?
Pues porque son las reglas del juego. Recibo el paquete. ¿Quién me habrá
mandado a atender el timbre? Si no esperaba a nadie. Como resultado tengo el
paquete de un vecino al que no conozco. Imagino que si me dejaron a mí el
paquete ha de ser algo urgente. O importante. O las dos cosas. Así que media
hora después estoy subiendo hasta el último piso para ver si ya llegó el dueño
del paquete. Nadie aparece, así que vuelvo a bajar. Convensidísimo de que se
trata de algo de vida o muerte repito el procedimiento dos o tres veces más.
Nada.
Dos
horas más tarde alguien toca timbre en casa. Hola. Hola. Soy fulanito. El
vecino de arriba. Creo que usted tiene un paquete para mí. Ah, sí, sí. Un
segundo por favor. Mientras busco el dichoso paquete pienso ¿cómo supo que lo
tenía yo?. El sistema me resulta un misterio total.
Dos
días después alguien me explica cómo funciona el sistema. Si el cartero no encuentra
a nadie en casa y tiene que entregar un paquete demasiado grande para el buzón,
toca timbre en otros departamentos y se lo deja a un vecino. Pienso por un
segundo. En los Coihues pasa lo mismo. Pero la diferencia fundamental es que
nos conocemos. Sino todos, al menos casi. Claro, me explican, para eso es que
cuando alguien se muda invita a sus vecinos. Para conocerse, para saber quiénes
son. Así, eventualmente, recibir parte de la correspondencia de otro de tus
vecinos no resulta tan taro. Debo reconocerlo. El sistema no parece tan descabellado.
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