Por cuestiones de uniones matrimoniales, guerras y herencia dinástica, el condado de Flandes -donde se encuentra no sólo Gante sino también Brujas- cayó en manos de los duques de Borgoña. Desde el siglo XIV los duques estaban en guerra contra los reyes de Francia y, para variar, necesitaban alguna fuente de financiamiento para sus aventuras militares. Como buenos nobles hicieron lo que cualquier gobernante sin imaginación hace en estos casos, aumentar los impuestos. Gante se rebeló. Y, por desgracia, la revuelta fracasó cuando las tropas de la ciudad fueron derrotadas por el duque Felipe el bueno, que por lo visto, de bueno sólo tenía el apodo.
Más tarde, cuando María de Borgoña, última duquesa de Borgoña se caso con Maximiliano de Habsburgo, bueno, ya imaginarán. El desembarco en los Habsburgo en la región no fue del todo apreciado en Flandes que, con Gante y Brujas a la cabeza, volvieron a rebelarse. Para variar, con la misma falta de éxito que en su intento anterior.
Otra que hizo su desembarco en la región fue Juana de Castilla, que llegó para casarse con Felipe el hermoso, hijo de Maximiliano de Habsburgo y María de Borgoña y, por tanto, Duque heredero de Borgoña y amo y señor de los Países Bajos. Juana, quien pasaría a la historia como la loca producto de los celos que le generaban las infidelidades de su marido, antes de eso dio a luz a su primer hijo en Gante, Carlos. Perdón, en esta entrada parece que voy a estar más maestro ciruela que nunca… Carlos luego sería Carlos I de España y Carlos V, emperador del Saco Imperio. El primer monarca europeo que dijo –no sin razón- que en sus dominios jamás se ponía el sol.
Que el emperador hubiera nacido en Gante no le reportó mayor ventaja a la ciudad. Es cierto que muchos de los consejeros de Carlos habían nacido aquí. Pero más allá del enriquecimiento personal de sus allegados en España o Austria, nada positivo ocurrió para la ciudad.
Por el contrario, Gante se vio involucrada en nuevas revueltas y a lo largo de la guerra de sucesión austríaca fue pasando de mano en mano, de España a Austria, de Austria a Francia y vuelta a los Habsburgo.
Como en tantos otros lugares que hemos visitado las cosas cambiaron con irrupción de la revolución francesa y, fundamentalmente, la llegada de Napoleón. Flandes y Brabante pasaron a formar parte del Imperio francés, Gante, Brujas y Bruselas incluidas. Ya parece un calco de otras situaciones. Llegan los Habsburgo, cuando aparece en escena Napoleón las cosas cambian de dueño, con la derrota de Napoleón pasan a manos de los Habsburgo o de algún invento ad hoc del Congreso de Viena. Efectivamente esta no es la excepción. En el congreso de Viena, sin ningún representante de Flandes presente, se decide que los condados de Flandes, Walonia y Brabante pasen a engrosar las posesiones del recién creado Reino de los Países Bajos. Y así fue que lo que ahora es Bélgica terminó en Holanda.
No por mucho, porque en 1830, en plena oleada de revoluciones liberales en Europa, Flandes, Walonia y Brabante se rebelaron. Francia intervino apoyándolos y antes de que alguien pudiera decir esta ciudad es mía, Inglaterra decidió intervenir y crear Bélgica. Como corresponde a la diplomacia británica, cuando no está claro de quien es algo, mejor inventar un estado y listo. Al menos así los condados rebeldes no irían a parar a Francia.
Para entonces Gante estaba sacudiéndose la modorra y experimentando desde comienzos del siglo XIX una nueva fase de industrialización. Fábricas, puentes, canales y vías de ferrocarril. Y hasta la creación del primer sindicato belga.
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