A lo largo de la historia hay reyes y
reinas que son recordados por sus campañas, sus conquistas (o derrotas) o,
eventualmente, sus excentricidades. Ciertamente Ludwig II de Baviera (Ludovico
o Luis para los amigos) entra en este último grupo.
Nació en el palacio de Nymphenburg, en
la que era en aquella época la principal residencia veraniega de la familia
real bávara. Sin embargo pasó buena parte de su infancia en el castillo de Hohenschwangau,
cerca del pueblo de Füssen.
A la edad de dieciocho años fue
coronado Rey de Baviera. Como suele ocurrir en este tipo de familia, la
relación con sus padres era una constante pasada de facturas y reclamos,
por así decirlo, un poco tirante. Cuenta la leyenda que a la hora hablar de su
madre decía “la consorte de mi predecesor”. Y no es precisamente que su
predecesor no fuese su padre.
De pequeño se hizo muy amigo de su
prima Elisabet, hija del duque de Baviera, que luego se convertiría en
emperatriz del Imperio austríaco y pasaría a ser conocida como Sissi. Alguna vez circuló la leyenda de que ambos habrían
tenido una relación un poco más cercana pero también se señaló que lo mismo
podría aplicar para con su “ayuda de cámara”, el príncipe Paul von Thurn und
Taxis. Suena muy rimbombante y sin duda
lo es. Los Thurn und Taxis fueron, en su época, una de las familias nobles más
ricas de Europa.
De todos modos, ni un ni otra hipótesis
pueden corroborarse hoy. O al menos nadie quiere hacerlo. Sissi y Ludwig son
deidades del marketing turístico y el príncipe Paul… bueno, digamos que ya
nadie se acuerda de él.
Sí se sabe que Ludwig estuvo
comprometido con Sofía, hermana menor de la futura emperatriz austriaca y, por ende,
también prima suya. Pero el matrimonio se atrasó numerosas veces y finalmente
se canceló. Ludwig quedó soltero y si bien hubo rumores sobre su posible
homosexualidad nunca nadie dijo mucho más sobre el tema. En general muchos de
estas voces comenzaron a ser tapadas por otras, las que indicaban que el rey
era un poco más excéntrico de lo habitual, por no decir que tenía una carencia
crónica de agua en el tanque…
Entre sus excentricidades se encontraba
su devoción -que compartía con Sofía y Paul- por las obras de Richard Wagner. A
tal punto que llegó a identificarse con sus héroes y mandó a decorar
habitaciones con diversos motivos de sus obras. También la admiración se
tradujo en un apoyo económico constante y se cuenta que incluso, cuando la
corte presionó a Ludwig a que echara a Wagner de Munich, éste amenazó en irse
con él. ¿Qué problema tenía la nobleza bávara con Wagner? Parece que dos. O
tres… más allá de que para muchos sus obras eran un auténtico plomo
ligeramente aburridas, no aprobaban algunas de las opiniones políticas del músico,
que lejos de ser la leyenda en la que se habría de convertir, era considerado
como demasiado radical por buena parte de sus contemporáneos más acomodados.
También parece que el tendal de deudas que dejaba a su paso no le ganaba muchos
apoyos. Y bueno, después están los chismes y rumores.
Sea como fuere, Ludwig siguió siendo
rey pero cada vez más desilusionado con su función. Como romántico soñaba con
un regreso a épocas más simples (y menos democráticas). Quería ser rey por
derecho divino y ya. Y reinar. Reinar como se hacía antes. Menos papeleta y
trámite y más acción. Claro que cuando tuvo acción muy bien no le fue. En la
guerra austroprusiana estuvo del lado de Austria y perdió. Baviera no fue
incorporada a la Confederación de Alemania del Norte pero ya no le quedaba
mucho margen de acción. En 1871, cuando Prusia derrotó a Francia ya no pudo
seguir mirando para el costado y Baviera se incorporó al Imperio Alemán. Es
cierto que preservó cierto margen de acción, recibió una indemnización, se le
permitió tener su pequeño ejército y Bismarck hasta aceptó que fuera él quien
coronara al emperador. Pero más allá de todos los simbolismos su poder quedó notablemente reducido y acotado.
Hoy diríamos que atravesó por un
período de depresión y seguramente le hubieran dado una licencia psiquiátrica.
Pero en la época no se estilaba tal cosa. Así que el rey se recluyó y se dedicó a
construir palacios aquí y allá. Herrenchiemsee, una especie de copia de
Versalles, Linderhof, un pequeño y simpático palacio rodeado por un parque
enorme y Neuschwanstein, sin duda el más famoso de todos.
Como nota al pie, Herrenchiemisee nunca
fue terminado. Sólo el ala central fue construida y el resto de la obra se suspendió tras la muerte de Ludovico.
No podía decirse que los necesitara
precisamente ya que si algo no le faltaba a su familia eran residencias urbanas
y rurales. Pero el siguió adelante. Los bávaros de cien años después
seguramente le estuvieron muy agradecidos por dotar al estado de una larga
serie de hitos turísticos y museos. Pero seguramente sus contemporáneos deben
haber apreciado un poco menos su propensión a la fantasía.
Digo fantasía porque tanto en sus
palacios como en otros proyectos hubo una cuota de excentricidad un poco exagerada
elevada. Ambientes al mejor estilo románico o gótico, grutas y lagos
subterráneos, escenografías de óperas, góndolas con forma de cisnes y
constantes proyectos de nuevos y más grandes castillos en los que recluirse.
Así las cosas, para sus ministros y su
tío no fue difícil urdir un pequeño golpe palaciego. Mientras Ludwig se aislaba
más y más del mundo exterior en Neuschwanstein las intrigas se pusieron en
marcha. Una comisión de notables lo declaró mentalmente insano para el
ejercicio del poder. Es curioso que de
la comisión sólo uno de los médicos lo había visto una vez. El resto jamás lo
entrevistó ni, mucho menos, lo sometió a ningún estudio. El diagnóstico final,
paranoia. Con su historial de excentricidades no resultó difícil convencer a
nadie del diagnóstico.
En 1886 Ludwig fue detenido en su
castillo luego de resistir los dos primeros intentos. Ya que estaban, su
hermano menor, Otto fue declarado mentalmente
insano. Así las cosas su tío tomó las riendas del gobierno dando comienzo a
su regencia. Linda familia. Padres que no te hablan, rey que cree vivir en el
medioevo, hermano insano, prima emperatriz desdichada y depresiva obsesionada
con su belleza y para rematar, tu tío que te derroca. Cartón lleno.
Luego de ser detenido Ludwig fue llevado a otro palacio donde esa misma semana
apareció ahogado en circunstancias demasiado sospechosas que aún hoy
siguen sin querer ser aclaradas. No importa. En Baviera nada se pierde.
Ludwig se vuelve un ícono de la industria
del souvenir y sus palacios se transforman en una mina de oro.
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