Me
encanta cuando investigar sobre una ciudad resulta tan fácil. Y no sólo por la
cantidad de información, sino también por la sencillez de las explicaciones. Ya
lo dijo Sheldon de Big Bang Theory,
“es elegante porque es simple”. ¿De qué estoy hablando? De Ámsterdam. O, mejor
dicho, de Amstelredamme, la represa del río Amstel. Nada de discusiones
lingüísticas ni de teorías enfrentadas. Es cierto, no hay leyenda encantadora
tampoco, pero no se le puede pedir más
a una ciudad que en el siglo XII
era tan solo una aldea y que en el lapso de trescientos años se convirtió en el
centro de un emporio mercantil.
La
primera mención del pueblo es del 1275, cuando sus habitantes fueron eximidos
de pagarle impuestos por el uso de puentes al Conde de Holanda, algo así como
un pase libre para los peajes, nada
más que sin barreras ni flechas luminosas.
Hacia
el 1300 recibió el estatus de ciudad, y durante todo ese siglo la ciudad se
benefició del comercio producto de su incorporación a la Liga Hanseática, una suerte de asociación de ciudades portuarias
que llegó a monopolizar el comercio en los mares Báltico y del Norte a finales
de la Edad Media.
De
esta época data la Oudekerk, o sea,
la iglesia Vieja, uno de los primeros edificios de ladrillo y piedra de la
ciudad, en la que por entonces se construía, principalmente, con madera.
Testigo
de este período es Het Houten Huys,
una de las más antiguas casa de madera de la ciudad que haya sobrevivido a los
incendios que la arrasaron y a partir de los cuales se prohibió el uso
exclusivo de la madera en las construcciones. A esta prohibición debemos la
imagen de Ámsterdam poblada de casas de ladrillos.
Hablando de casas de ladrillos, si te parece que algunas de estas están torcidas o medio chuecas, efectivamente, así es. Y no sólo producto del tiempo sino también del diseño original. Muchas de las casas de comerciantes en sus frentes tenían roldanas y poleas para subir productos y demases a las plantas altas. Para que los bienes que se subían no se golpearan contra las paredes ni se dañaran, las casas eran construidas en forma inclinada. Así podía subirse (casi) lo que fuera sin riesgo de golpearlo.
Volviendo a la historia, a mediados del siglo XV muchos de los condados de la región fueron reunidos,
conquistados o tomados por los duques de Borgoña, que muy a su pesar, tenían
dos grandes posesiones territoriales sin continuidad. Por un lado tenían el
ducado de Borgoña y por el otro, como decían los duques, les pays de là bas, o sea, los
países de allá abajo (siendo, acá arriba -naturalmente- Borgoña). Con
el tiempo les pays de là bas se
transformaron en los Países Bajos y cuando la hija del último duque de Borgoña
se caso con Maximiliano de Habsburgo, la omnipresente dinastía hizo su entrada
triunfal en la región. No sólo eso. El hijo de ambos, Felipe el hermoso se casó con Juana
la loca (que por entonces parece que estaba más cuerda) y cuando su madre
murió, Juana se convirtió en la reina de Castilla. Matrimonio va, heredero
viene, los Habsburgo terminaron controlando Austria, los Países Bajos,
Castilla, Aragón y las dos Sicilias.