Londres.
Lo bueno es que no necesito vender la ciudad. Todo el mundo sabe de
que hablamos cuando hablamos de Londres y ni falta hace buscar datos
anecdóticos ni rankings estrambóticos. Londres es Londres, y con
eso ya alcanza y sobra.
Como suele ocurrir en otros lugares, en obras de construcción relativamente recientes
descubrieron restos es estructuras de piedra y madera que parece que
son del año 1500 antes de Cristo. No sé cómo es que se conservaron los restos de madera por más de tres mil años y después una mesa de pino enseguida se arruina toda. En fin... un misterio más para la lista.
A pesar de los restos y todo, la ciudad que conocemos
empezó –a ciencia cierta- con la Londonium de la antigüedad,
establecida allá lejos y hace tiempo, cuando los romanos cruzaron el
charco y se instalaron en lo que ahora es Inglaterra. Claro que no
todos estaban tan felices de tener a los romanos en las islas. Los
celtas quemaron el pueblo y, algún tiempo después, la ciudad volvió
a ser fundada, con mayor protección y mejores defensas.
La nueva y mejorada versión de Londinium prosperó y 100 años después se convirtió en la capital de la provincia romana. Otros cien años después, se supone que ya tenía una población de 60.000 habitantes, población que no volvería tener hasta el siglo XIV.
Con esto ya queda claro que la ciudad no iba a sostenerse por mucho tiempo más. Con la caída del imperio romano de occidente, Londinium perdió toda función administrativa y la ciudad empezó a languidecer, aunque algo de la cultura romana sobrevivió al interior de sus murallas.
Paralelamente aparecieron algunos nuevos actores. Primero, los anglosajones (que en honor a la verdad eran tres pueblos: anglos, jutos y sajones) y, algunos años más tarde, los vikingos, que llegaron para saquear el alicaído pueblo.
Anglosajones, vikingos, daneses, para un lado y para el otro, yendo y viniendo y superponiéndose a la población celta y romana que quedaba. Londonium fue saqueada, tomada y recuperada una y otra vez hasta que fue finalmente refundada en el año 886. Se la toma como la fecha oficial en la que comenzó a ser Londres.
Fue el comienzo de un nuevo
período para el pueblo que, en el lapso de doscientos años, se
convirtió en la ciudad más grande de Inglaterra, aunque la capital
siguió siendo la –hoy ignota- Winchester. Por esta época los
anglosajones comenzaron la construcción de la abadía de
Westminster, hoy casi por completo incorporada en el parlamento
inglés.
Lamentablemente
para los reyes anglosajones, ninguno pudo inaugurar la famosa abadía.
No porque las obras no fueran terminadas sino porque, primero
amenazados por los daneses y luego derrotados por el normando
Guillermo el Conquistador, Inglaterra pasó de manos y el que se
coronó rey en la abadía fue don Guillermo. Guillermo y sus
sucesores hicieron lo que se esperaría de ellos. Construyeron un
nuevo palacio (el palacio de Westminster), reforzaron las defensas y
edificaron una serie de castillos-fortalezas y castillos-prisiones.
El más famoso de ellos es la torre de Londres.
Si pensabas que la torre de Londres era el edificio del Big Ben, estás en un error. La torre de Londres es el castillo-fortaleza que ves acá. Se encuentra a un par de klómetros del parlamento. Y antes de provocar yo mismo un error, aclaro... Big Ben no es el nombre de la torre del reloj del parlamento sino sólo (y específicamente) el nombre de su mayor campana.
Volviendo a la torre de Londres, además de haber sido fortaleza y residencia, museo y atracción turística, hoy la torre alberga las joyas de la corona británica. Literalmente. Las coronas, el cetro, el orbe, los diamantes (y un largo etcétera que incluye incluso una cuchara de la unción).
Regresando a los normandos, durante
los siguientes años los descendientes de los conquistadores fueron deshaciéndose de la cultura más bien francesa que traían a
cuestas y comenzaron a adoptar algunos hábitos locales. Entre otros,
el idioma, aunque por mucho tiempo el francés continuó siendo la lengua de la
corte. Hablando de la corte, la misma se estableció definitivamente en
la ciudad, que comenzó a enriquecerse del intercambio comercial con
las ciudades de Flandes y los Países Bajos. Ambas regiones estaban en plena
expansión económica y requerían una serie de materias primas y
otros bienes que los ingleses estuvieron sumamente dispuestos a
venderles.
Esto
enriqueció la ciudad y a los nobles de la región notablemente, como así también a
sus gobernantes, que no diferenciaban entre la caja del reino y su
caja chica. Hay que reconocerlo, puede que mucha de la tecnología de
la época no estuviera muy avanzada, pero en cuanto a sus hábitos
político-económicos resultaron ser unos visionarios.
2 comentarios:
Muy lindas fotos, muy entretenido el texto. ¿Así que Ben es una campana?
Saludos
¡Gracias! Sí, ni más ni menos que una campana...
Publicar un comentario