Entre
los siglos XVI y XVII pasó de todo en Londres. Enrique VIII, (sus
mujeres) la reforma y el nacimiento de la iglesia anglicana. Los divorcios de Enrique VIII, las decapitaciones de sus esposas menos afortunadas, Cate Blanchett Isabel I, los baños de leche,
Shakespeare, su relación con Gwyneth Paltrow, Francis Drake, la
revolución inglesa, Cromwell, la república, la vuelta de la
monarquía, el teatro de El Globo y el gran incendio de Londres.
Seguramente
te sonará el hit infantil Arde
Londres, arde Londres, se incendia, se incendia, socorro bomberos,
traed las mangueras…
Sí, se incendió Londres en el 1666 (para beneplácito de los
fanáticos de las teorías conspirativas que involucran al diablo,
Luzbel, Belcebú o el príncipe de las tinieblas).
No fue ni el
primero ni el último gran incendio, pero se encargó de barrer una
buena parte de la arquitectura medieval que la ciudad preservaba. Hoy una columna lo recuerda (es la que está en la oscura y londinense foto de arriba), como así también a sus víctimas.
El
siglo XVIII comenzó un poco mejor para Londres. O no sé si mejor es la palabra exacta para describirlo. Digamos que fue menos accidentado. Se inauguró la
catedral de St Paul, se desarrolló el actual sur de la ciudad y el
puerto (hoy transformado en una suerte de Puerto Madero) se extendió.
También durante el siglo XVIII el rey compró una casita llamada Buckingham.
Acto seguido la amplió, la volvió a ampliar y la casa poco a poco
se transformó en palacio. De la casa original, lo único que debe
quedar es el nombre.
El
Siglo XIX fue, definitivamente, una época más que significativa para
la capital inglesa. Se transformó en la mayor ciudad del mundo y se
afianzó como el principal centro financiero.
Picadilly Circus, que no es un circo sino más bien una suerte de rotonda hecha plaza |
La
revolución industrial también dejó su huella en la ciudad, con sus
grandes estaciones de trenes, las estructuras de acero con sus techos vidriados, las chimeneas, el aire insalubre, Jack el destripador, los edificios de ladrillos...
Claro
que -negocios inmobiliarios de por medio- esa parte
más oscura industrial
de Londres hoy está mucho más desdibujada. Y a pesar de que sí
existen toures de Jack el
destripador y
de que sobreviven aquí y allá algún que otro callejón de esos que
se ven en la serie Ripper
Street, ese
costado de la ciudad es hoy más una evocación literaria que otra
cosa.
Arriba, Trafalgar Square. Abajo a la izquierda, la columna de Nelson.
Puede que suene extraño pero también Napoleón contribuyó
(de un modo especial) a construir una parte del perfil actual de la
capital inglesa. A pesar de que -más allá de algún intento de
invadir Irlanda- los franceses nunca pusieron un pie en Inglaterra,
la guerra contra Napoleón dejó su huella urbana: Trafalgar Square
(para recordar la derrota naval de los franceses) y la columna de
Nelson (el almirante artífice de la victoria), entre otros
monumentos.
Hablando de literaura, no pudimos con nuestro genio y entre otros lugares incluimos en nuestro (kilométrico) itinerario unas cuántas paradas literarias. La casa de Scherlock Holmes en Baker Street, el teatro de Agatha Christie, el teatro El Globo (réplica del de Shakespeare), su monumento... Tampoco quedaron fuera la dirección en la que se supone (al menos en los libros) vivó Hercules Poirot (el detective-protagonista-resolvedor de misterios de buena parte de las novelas de Agatha Christie) y hasta tuvimos que pasar por Kings Cross para tomar algún tren.
Otro aporte de los siglos XVIII y XIX es la casi infinita cantidad de monumentos de la reina Victoria, palacios de la reina Victoria, plazas de la reina Victoria, esculturas, plazas, calles, puentes y todo lo que se pueda imaginar. La reina Victoria, el imperio, las colonias, las conquistas...
Más claro, echale agua. El museo imperial de la guerra... |
Eso sin mencionar la gran cantidad de museos donde, gracias a la
vocación imperial de Inglaterra, se apilan las obras de artes, las
momias, los obeliscos y las columnas venidas de medio mundo.
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