Es
cierto que en el mundo del revés en el que ahora vivimos, el verano
(de Alemania) es el invierno (de Argentina) y
viceversa. Es una obviedad que lo diga pero nunca está de más.
Incluso alguna vez tuve que explicárselo a alguien que se sorprendió
por tamaña novedad.
Así
las cosas, ciertos hábitos o costumbres adquieren (un poco más de)
sentido. Ahora que Pascuas cae en Primavera es posible entender un
poco el tema de los huevos (ya sean pintados o de chocolate). Muchas
aves (especialmente -pero no sólo- las migratorias) se reproducen
en primavera para que sus crías nazcan entre finales de primavera y
principios de verano. Así para cuando llegue el otoño ya habrán
aprendido a volar o serán lo suficientemente autónomas como para
arreglárselas solitas. Claro que de allí a comer huevos de
chocolate hay una distancia que no puedo explicar. Y si no puedo
explicar eso, ni hablar del hecho de que los reparta un conejo. Dicho
sea de paso, en alemán (y -por ende- en los países que lo hablan)
no es un conejo sino una liebre.
La
otra cofiesta con costumbres que adquieren sentido es la Navidad. Y no me refiero
únicamente a la nieve de la decoración, las botas y las medias de
lana. También a la comida. El otoño (que termina pocos días antes)
es una estación de recolección de frutos secos, por lo que comer
nueces en Navidad parece bastante apropiado. Y por supuesto, con
temparaturas que rondan el cero, la ingesta de calorías
al por mayor propia de la parafernalia alimenticia de Navidad y Año Nuevo tiene muchísimo más sentido.
Pero,
con todo, es difícil ir en contra de años de hábitos que nos (me)
han enseñado a asociar determinados eventos con ciertas variables
climáticas. ¿De qué estás hablando Willis? Por ejemplo, es típico
del hemisferio sur asociar Navidad - fin de año – vacaciones –
calorcito... ¿Quien no recuerda que los primeros calores del
verano también indicaban que el año escolar estaba por terminar? O
que la llegada de diciembre suele/solía ser una época de estudio más
intensivo (o de trabajo de corrección)... que hay una sensación de
cierre del año en el aire y que pronto se acerca el descanso (a
veces de forma demasiado lenta) que nos permitirá enfrentar el año
siguiente...
Bueno,
eso no existe por estas latitudes. La gente llega al fin del año
(cronológico) como nosotros a las vacaciones de invierno. Léase,
sin la lengua afuera, la cabeza quemada, una pila de cosas por
terminar ni ilusiones de ir a la playa... Con la (gran) diferencia de
que en general, poseedores de sus cinco semanas de vacaciones, muchos
alemanes/as se reservan alguna para el invierno.
Estas
asociaciones entre clima y calendario también se extienden a
cuestiones personales. Por ejemplo, los cumpleaños. No sé si el
resto de las personas asocian su cumpleaños con una época del año
determinada. Para mí siempre ha sido el verano. Con notables
excepciones, en general para mi cumpleaños hace calor. Incluso en
Bariloche. Comer afuera, hacer algo a la parrilla, estar al aire
libre (tanto en Quilmes como en Bariloche). Es una fecha que normalmente transcurre con calorcito. Y diciembre suele ser un mes
para disfrutar fuera de casa. Pero, hemisferio norte mediante, acá
ocurre precisamente lo opuesto. Diciembre no se siente como el
diciembre del hemisferio sur. Emponchado y rodeado de bufandas
y gorros de lana, mi cumpleaños no se siente como mi cumpleaños.
Se ve que para volver a sentir que diciembre es -efectivamente-
diciembre hay que estar en el hemisferio que corresponde