sábado, 16 de diciembre de 2017

Dos años (¡y dos meses!) Primera parte

Llevamos ya dos años y dos meses en el mundo germánico. Y unos días más también... INCREÍBLE, ¿no? Es raro porque por momentos siento que llegamos hace tan poquito que algunas cuestiones nos resultan aún extrañas. Por no decir, incomprensibles. Por otro lado, también nos sentimos como si estuviéramos en casa... más que habituados a la vida en Dresden (y a sus bondades). Como si lleváramos largos años viviendo aquí. Asentados y arraigados. 

Curiosamente, cada vez que regresamos de algún lugar cuya lengua desconocemos en grado sumo (sea Hungría, Polonia o la República Checa) nos sentimos extrañamente aliaviados de volver a escuchar a la gente hablar en alemán. Al menos son las gárgaras que conocemos. Se trata del mismo idioma alemán que sentimos tan extraño cuando volvimos de España.

En todo este tiempo también ha habido hábitos a los que nos hemos acostumbrado (a algunos de buen grado, a otros más bien forzosamente), cosas que hemos extrañado, misterios que hemos llegado a comprender y otros que siguen siendo tan crípticos como desde el principio... Incluso hemos llegado a crear nuevos hábitos que posteriormente hemos abandonado para crear otra cotidianeidad. Y es que los hábitos, como tantas cosas, siguen modificándose día a día, aún cuando uno piensa que ya están establecidos.

El mate es un buen ejemplo. Apenas llegamos el mate era un evento especial. Reservado para los fines de semana, era la vedette del desayuno. La yerba era un bien demasiado preciado como para tomar mate a diario. La inicial imposibilidad de reemplazo de nuestro stock nos llevaba a limitar su consumo. Sábados y domingos a la mañana, mínimamente un termo de agua sin cambiar la yerba. Dos también.

Pasamos de nuestro hábito argentino de tomar mate todos los días a casi cualquier hora a hacerlo en dósis excepcionales. Básicamente durante las mañanas del sábado o domingo o -llegado el caso- feriados. Eso sí, mantuvimos un mínimo de decoro y jamás nos sentamos a matear en reposeras de la Bristol. Nosotros también tenemos una estética moral. 

El descubrimiento de yerba en los supermercados de productos de medio oriente cambió un poco el panorama; nos permitimos cambiar la yerba con un poco más de frecuencia, pasamos a tomar mate con un poco más de asiduidad (palabra clave:poco) y hasta Diego empezó a matear en la oficina. El cambio final llegó con la compra de yerba-mate por internet, directo (o casi) del importador, un argentino que también te hace envíos de dulce de leche, tapas de empanadas y otras tantas cosas.

Hablando de tapas de empanadas, de más está decir que en Alemania no existen. Sí hay empanadas, que son una exótica comida, principalmente, sudamericana. Se venden en los mercados (casi) como una curiosidad. Los/as alemanes/as, gente afecta a comer sin sentarse y sin parar, están de parabienes con semejante desarrollo culinario. La única contra es que suelen ser ligeramente caras. Especialmente por el trabajo que conllevan porque, la mayoría, tienen masa casera. Hábito este último que hemos tenido que adoptar luego de experimentar (con más derrotas que victorias) con diversas masas de tarta. Al principio no teníamos palo de amasar, por lo que usábamos un termo para la tarea. Lo reconozco. Llegados a este punto, nuestra estética moral mordió banquina.

Hablando de termos, al principio tampoco teníamos uno. Es un sacrilegio, lo sé, pero cebábamos mate con la pava eléctrica. El primero que tuvimos -ése mismo que usábamos cual palo de amasar- nos lo regaló Larita en su primera visita. Luego, hasta nos permitimos comprarnos un segundo termo, para que Diegui pudiera tomar mate en la oficina. Y no solamente compramos un termo extra, sino también un palo de amasar.

Otra de las cosas que siento que pasó décadas atrás es nuestra estadía en el departamento para huéspedes de la universidad. (Podés verlo haciendo click acá), Vivimos dos meses y unos días más allí pero siento que fue hace milenios. En comparación con nuestro el departamento de Plauen, se sentía más bien como una suerte de habitación de hotel con cocina. Para cocinar había, esencialmente, dos hornallas eléctricas y la ya mencionada pava. A lo largo de este período nuestras comidas se limitaron a cosas que pudieran hervirse o saltearse. El horno quedaba descartado, básicamente, por su inexistencia. Tampoco es tan complejo. Uno (y una) tendería a pensar que luego de mudarnos la situación debería haber mejorado. Sí y no.

A largo plazo, mejoró. En el corto, no especialmente. Lo dije mil veces pero puedo hacerlo una más. Los/as alemanes/as alquilan los departamentos (normalmente) pelados. Eso significa: sin mesada ni cocina. Ni hablar de la heladera. Resultado: estuvimos casi un mes sin ninguna de las dos cosas. Finalmente aprovechamos una promoción de IKEA (una de las cosas que seguramente vamos a extrañar) y por un precio inverosímil nos agenciamos cocina (eléctrica, obvio) con horno y tres hornallas, mesada, bacha, heladera y alacenas. Claro que Ikea te vende las cosas desarmadas y te las tenés que armar vos. Entre que nos mudamos y compramos todo, logramos armarlo y hacerlo funcionar pasó poco menos de un mes. Durante ese período (que en esta latitud es invierno) los únicos alimentos calientes que pudimos tener eran los que nos proveían la tostadora y la pava eléctrica.

Lo más complejo de todo fue hacer la instalación de la bacha incluye desagüe) y la canilla. El problema principal es que la canilla provista por Ikea no es compatible con el "hervidor" que tiene la instalación sanitaria de la cocina para el agua caliente. Parece una obviedad pero sin hablar mucho del idioma llegar a esta conclusión fue más bien complejo y nos requirió sucesivas idas al supermercado de la construcción y afines donde finalmente pudimos agenciarnos una canilla con un sistema compatible con el que había acá y una prolongación para el desagüe.

Podría pensarse que luego habríamos de entrar al paraíso de la cocina. Bueno, en parte nos sentimos así pero, por otro lado, debimos empezar a lidiar con otra cuestión: el horno eléctrico. Sí, parece que es lo mismo pero no. El horno eléctrico NO funciona como el de gas. A veces te quema la parte de abajo pero te deja las cosas adentro sin terminar de cocinar. Tarda más tiempo en levantar temperatura pero una vez que ya está caliente funciona más rápido. O, al menos, el nuestro, que es más bien de los más berreta barato del mercado. Conclusión, entender cómo funciona el horno es más cimplejo de lo que parece y aún hoy nos cuesta calcular tiempo y potencia adecuada para que las cosas queden como queremos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó leerlo! (Vivirlo no habrá sido tan divertido...)

Nicolás dijo...

Como todo, a la distancia el recuerdo es mucho más cómico que traumático...